Bianca Donato Gabanelli Giovanni
México D.F. 27-02-2011
Querida madre,
Otra vez, después de tanto tiempo, te escribo, pues hoy la
nostalgia puede conmigo.
Hace unos años emigramos a México. Don Pietro nos forzó a
movernos ya que, según decía, en México tendríamos muchas más oportunidades. En
esta ciudad se está bien, aquí cada uno lucha por sus propios intereses usando
las tretas necesarias. En ese aspecto me siento como en casa.
Echo de menos Italia, madre, hace mucho, mucho tiempo que no
visito nuestra pequeña casona en la Provenza, donde me criaste. Cuando vivía en
Italia iba a verla una vez al año, espero que sus dueños la estén cuidando.
Al no estar en nuestra tierra, te añoro más, madre, porque
allí podía sentirte conmigo. Todavía recuerdo cuando nos separamos, aunque de
eso hace ya más de 100 años.
Mi querido tío Pietro llegó a casa con una sonrisa, como
siempre, pero ese día tú empezaste a llorar, lo recuerdo. Yo estaba muy
contenta porque él siempre me traía algún regalo. Aunque ya rozaba la veintena,
no podía evitar ir corriendo a abrazarle cada vez que nos visitaba. Recuerdo
como reíamos. Ese día el tío estaba más feliz de lo normal y me abrazó
sonriendo. Me dijo que tenía un gran regalo preparado para mí, pero que teníamos
que esperar hasta que llegara la medianoche y, por tanto, el día de mi vigésimo
cumpleaños.
Aguanté a la noche impaciente y cuando dieron las doce, el
tío me entregó un precioso vestido totalmente blanco, ¿recuerdas? Me dijo que
me lo pusiera para estar hermosa al recibir el regalo.
Yo, ilusionada con aquel vestido, estaba segura de estar viviendo
un cuento de hadas. Me vestí y mamá, tú me arreglaste el pelo, pero no dejabas
de llorar. “Estás preciosa” dijiste cuando terminaste, con una sonrisa pesada.
Y ya nunca olvidaré esa imagen: yo, bajando las escaleras de
tu mano, el tío abajo, esperándome expectante. Al llegar abajo me tendió la
mano, y me llevó al sofá.
Tú, amada madre, te sentaste frente a mí y miraste a mis
ojos. Yo sonreí de nuevo, cerrando los ojos, esperando la gran sorpresa. “No te
muevas, mi vida” dijo el tío muy, muy cerca de mí. Yo obedecí expectante.
Me sobresalté al sentir una de sus manos tocando mi pecho, pero al sentir que me deslizaba la otra por
debajo del vestido, me asusté realmente.
Y allí me violó, y yo no pude hacer nada, el dolor del
primer sexo era intenso y yo no pude más que echarme a llorar y mirar tus ojos,
madre, y ver que tú también mirabas fijamente los míos y me decías adiós.
Me mordió el cuello y un dolor atroz atravesó mi cuerpo, esa
vez no pude evitar gritar desesperada, pero tú no apartabas tus ojos de mí.
Y, cuando ya no me quedaba voz, la negrura apagó mi dolor y,
con él, los latidos de mi corazón.
Al despertar, un hambre voraz me arrastró hasta la fuente de
sangre más cercana. Y esa eras tú, madre, lo único que recuerdo dentro de mi
inconsciencia animal es que no te moviste ni un centímetro, simplemente
esperaste tu muerte, abrazándome, y no gritaste, a pesar del dolor que tuve que
haberte provocado.
Cuando mi locura cesó, desperté al lado del tío, que me
acariciaba la cara. “Bienvenida al clan, querida”, creo que me decía. Pero yo
sólo puedo recordar con claridad mi hermoso vestido blanco, ahora totalmente
manchado de sangre, de tu sangre.
Te enterramos en Italia y desde entonces, como bien sabes,
no he dejado de visitar tu tumba. Desde aquí no puedo llevarte flores. Pero te
seguiré escribiendo, amada madre mía.
Esto grita hoja de PJ a los 5 vientos, Tsuki
ResponderEliminarSería interesante subirlas para que las veáis, sí. Muchas gracias por comentar :3
Eliminar