3 sept 2012

Said al-Razi (Vampiro: Edad Oscura)


Año 482 de la Égira, Toledo

            Hace ya un año de aquella noche, una noche calurosa de verano. Me encontraba limpiado mis instrumentos quirúrgicos de los resto de sangre de mi último paciente, un obrero que tropezó y cayó de un andamio. Su tibia y peroné izquierdos se rompieron y le atravesaron la carne y la piel. La intervención había durado más de tres horas tras las cuales estaba agotado, pero parecía haber salido bien, sólo había que esperar que no se infectase.
Mientras el vino que iba a utilizar para esterilizar mis instrumentos hervía al fuego, alguien llamó a mi puerta. Era un poco tarde, pero las urgencias no entienden de horarios. Me dirigí hacia una ventana y me asomé, una pareja de monjes esperaba en mi portal. Les abrí.
-Buenas noches-dije.
-Buenas noches hermano-contestó uno de ellos.

-¿Puedo ayudaros?
-Disculpad las horas, pero un terrible suceso ha ocurrido en nuestra casa, el hermano Jeremías ha sido hallado muerto, el alguacil nos informó de vuestros conocimientos forenses y esperábamos que pudieses ayudarnos a descubrir la causa de la muerte.
-Estaría encantado de poder ayudarles, mañana a primera hora estaré allí.
-Disculpad hermano, pero el abad ha insistido en la importancia de resolver esto cuanto antes, os rogaríamos que nos acompañaseis ahora, os compensaremos por las horas.
Podría haberles insistido en que no eran horas y que estaba cansado, pero no habría servido de nada, percibía la imperiosidad de la demanda de los monjes, hecho que despertó mi curiosidad. ¿Unos monjes versados en el arte de la medicina solicitan ayuda a un médico musulmán? Sin duda había algo extraño en aquel asunto, pero aún así acepte.
Durante el trayecto me informaron que el tal Jeremías era el encargado de la bodega y la despensa del monasterio. Cuando un novicio fue a por una botella de vino para el abad se encontró el cuerpo del hermano flotando en uno de los toneles de la bodega. Por desgracia el médico de la abadía se encontraba en un sínodo en Toulouse que había reunido a toda la comunidad de religiosos estudiosos de la medicina de Europa. Esa era la razón por la cual habían acudido a mí.
Finalmente llegamos a la abadía, los hermanos me llevaron a la enfermería donde se encontraba el cuerpo. Allí nos reunimos con el abad, el prior y el novicio que encontró el cadáver. El joven me explicó lo ocurrido mientras comenzaba a examinar el cadáver. Presentaba claros signos de haberse ahogado, la piel estaba pálida y fría, sus labios azulados, parecía evidente. Saqué un escarpelo que llevaba en mi bolsa y abrí el pecho del cadáver para hacer una última comprobación que corroborara mi diagnóstico. Pero entonces algo falló, los pulmones no contenían los líquidos que el hermano Jeremías debería haber inhalado de haberse ahogado con el vino. Tampoco tenía marcas que señalasen que había sido estrangulado. Entonces me fijé en que el cuerpo carecía de pelo. Les pregunté a mis acompañantes si el hermano padecía de alopecia, a lo que respondieron con una negativa. El novicio me dijo que cuando fue a sacar el cadáver del tonel el cabello se le desprendió con si no estuviera pegado a su cabeza. Entonces una idea estalló en mi mente, el hermano Jeremías había sido envenenado.
-Hermanos -dije- el hermano Jeremías ha sido envenenado con una sustancia que le la provocó la asfixia y después arrojado al tonel para ocultar el auténtico motivo de su muerte.
Esperaba sorpresa en sus caras, pero lo que encontré fue una extraña sonrisa.
-Excelente observación –dijo el Abad- Sin duda no nos equivocamos con vos, sois perfecto.
-Disculpadme, ¿de qué habláis?-no me estaba gustando el rumbo de los acontecimientos.
-Lo sabréis muy pronto-entonces sonrío y mostró unos afilados y finos colmillos. Sin apenas darme cuenta se abalanzó sobre mí y me mordió mientras el resto me sujetaban. Perdí la consciencia hasta que un terrible dolor azotó mi cuerpo, cegado  sentí como expulsaba mis entrañas y como mi cuerpo perdía su calor, su vida. Entonces una sensación de hambre y sed se apoderó de mí, y sentí como un cálido líquido llenaba mi boca y se expandía por mi cuerpo calmando mi angustia. Poco a poco fue recuperando la consciencia. La imagen de un techo abovedado apareció ante mí, me incorporé y me encontré tumbado sobre un suelo de piedra en una fría y sombría habitación iluminada por la débil luz de una antorcha. Mis ropas estaban raídas y manchadas de sangre, me sentí muy confuso. Me dirigí hacia la puerta, pero estaba cerrada, la golpee y empecé a gritar hasta que alguien la abrió. Era el abad.
-Acompañadme hijo, os explicaré todo…
  .   .   .
         
Renací como vampiro, ahora era un capadocio, y el supuesto abad mi maestro, mi sire, mi mentor. Durante años me instruyó en las artes del estudio de la muerte, para lo que mis conocimientos de medicina me fueron muy útiles. También me enseñó la filosofía y la doctrina de la Via Ossium, o Camino de los Huesos.
Con la llegada del nuevo siglo de la era cristiana, alcancé mi independencia y decidí emprender un viaje a oriente para profundizar mis estudios. Recorrí el norte de África, Egipto, Arabia, Persia y finalmente llegué al centro geográfico de nuestra orden y nuestro clan, el templo de Erciyes, en la Capadocia. Allí conocí, entre otros, a la sacerdotisa Constancia, uno de los miembros más influyente del clan capadocio y la cabeza del Camino de los Huesos, de la que aprendí profundos conocimientos no sólo acerca de la muerte, sino de la naturaleza vampírica y la historia de la estirpe.
Años después decidí volver a Toledo, recuperé mi antigua casa y volvía a ejercer como médico motivado ahora por una curiosidad mucho mayor que en mi vida humana, ansiaba conocer como las enfermedades y los humores afectaban al cuerpo humano, como funcionaba el mismo, y como llegaba al estado de la muerte.
Ahora era nieto de mi viejo yo, o eso creían mis vecinos. Hice de un joven estudiante, Germán, mi ghoul para que cuidara mi casa y atendiera a mis pacientes durante el día. Le hice mi discípulo y poco a poco le fui trasmitiendo mis enseñanzas.
.   .   .

Ahora me dispongo a diseccionar el cadáver de Don Pedro, un viejo señor toledano, que según su familia “ha muerto de viejo”…

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