25 ago 2012

Nora Evans. Vampiro: La mascarada


- Felicidades, señora, es una niña sana y hermosa, ¿quiere cogerla?
 - Aléjela de mí, doctor. No quiero tocarla.
                              ∙ ∙ ∙

Todavía recuerdo ese día con desesperación, no quería tocar aquello que había salido de mis entrañas y aún hoy, tras diez años, me niego a acercarme demasiado. Debería haberme deshecho de ella, pero no fui capaz, si lo hubiera hecho no podría estar en paz con Dios, y no quiero ir al infierno.
Aún tengo pesadillas del día en el que la concebí. Pensaba que sólo sería un atraco, pensaba que aquel hombre horrible no iba a hacerme aquello.
Pero aquí está. Ahora la estoy viendo jugar en el jardín. Lo hace ella sola, como siempre. Me alegra que ya haya dejado de buscar cariño en mí, parece haber comprendido que no quiero tocarla. Por las noches no puedo dejar de llorar por lo que me he hecho y porque yo la odio realmente. La miro y veo en ella algo de ese hombre que tanto daño me hizo. Me aterra.
Mira, juega. Habla sola. Como siempre. Cree que tiene amigos, se los inventa, ahora les está sirviendo el té. Es horrible.

- Strinker, tienes que tomártelo todo, ¿vale?. Ayer no viniste a tomar el té, ¿es que te pasó algo?
- Ya, vaya, qué mala pata. Yo tengo suerte. Esa es mi mamá, ¿la ves? Nos está mirando por la ventana. Seguro que está muy contenta de que estéis aquí.
- Claro, claro que me quiere, y mucho.
….
- ¡NO DIGAS ESO, Mary! ¡¡MI MADRE ME QUIERE!!

Dios mío, ahora ha empezado a llorar, está gritando algo que no llego a comprender, ha tirado su mesita del té. Es inestable, da miedo. Llora y me mira. No soporto que me mire. Viene.
  
                                                                              ∙ ∙ ∙
Hace ya 30 años desde el día en el que renací de nuevo. Yo tenía 14 años y salí sola a pasear, cuando de repente sentí una presencia. No me asusté; estaba muy acostumbrada a sentir cosas, pero sin duda me sorprendió no poder verle.
Era un hombre, podía respirar su aroma y, cuando habló, su voz me dejó embelesada. “Tú tienes algo especial” me dijo de repente, y desde entonces, no dejó de estar a mi lado. Se llamaba Julian. 

Hablábamos de casi cualquier cosa, yo le hablé de mi querida madre; de los momentos que disfrutábamos juntas mientras ella dormía en la cama, le conté que no conocía a mi padre, pero que mi madre le echaba tanto de menos que cuando lo mencionaba se ponía a llorar. Él me contó que echaba de menos a su hermana Leeah, que murió a mi edad. 

Tras varios meses me dijo que tenía preparado para mí algo especial, que esa noche yo iba a nacer. Me alegró, pues por fin iba a saber el día de mi cumpleaños; mi madre nunca quiso decírmelo y jamás lo celebramos.
Finalmente iba a ser como los demás; celebraría mi cumpleaños y tendría a Julian y a mamá que me querían mucho.

Me llevó a una gran mansión, que, según dijo, era su casa. Hizo que me pusiera un hermoso vestido blanco que había comprado para mí y que me sentara en un gran diván para esperar la sorpresa. Ordenó que cerrara los ojos y, después de hacerlo, lo sentí sobresaltada en mi nuca. Me rozaba el cuello con los labios. Quise abrir los ojos para poder verle al fin, porque nunca lo había hecho, pero esperé obedientemente.

- Mírame. – dijo él muy cerca de mi cara después de un rato.

Y, tras abrir los ojos, contemplé hipnotizada los suyos, de un color oscuro, vacío y henchido de locura. Era hermoso. Me sonrió, sacando a relucir unos largos y brillantes colmillos y yo le devolví la sonrisa como respuesta. No tenía miedo, muchos de mis amigos ya tenían colmillos.

Dejé que tomase mi cuello y me mordiese, para inmediatamente después sentir un indescriptible placer que me recorrió todo el cuerpo.
Mientras me mordía, rompió mi vestido y envistió su cuerpo  desnudo contra el mío, robando toda mi inocencia de un golpe. Yo no me moví, estaba realmente feliz de nacer así.
Luego todo se volvió oscuro.

Cuando desperté, el precioso salón estaba cubierto de cadáveres y mi vestido blanco empapado de sangre. Tenía sangre en la boca, en el cuello, en las manos y entre las piernas.

Mi madre estaba tirada en el suelo muy cerca de mí, y su mirada perdida me hizo darme cuenta de que también estaba muerta.
Mis amigos, Strinker y Mary me miraban tristes; dijeron que yo había matado a mi madre y a toda esta gente. No quise creerles, pero el sabor a sangre que notaba en mi boca me hizo convencerme de que no me estaban engañando.
Lloré, pero no demasiado.

Cuando me limpié, salí de allí. Por fin podía ver a Julian.  Sonreía. Y esa sonrisa le concedía un cierto aire macabro. Me acogió entre sus brazos entonces.

- Mi pequeña criatura, vas a aprender muchas cosas en estas noches. Quise tenerte para mí en un impulso egoísta. Pero sé que nunca dejarás de estar sola.

Entonces no le entendí. Pero el consuelo entre sus brazos era enorme, jamás me habían abrazado. Olía tan bien, era tan reconfortante que no quería que me soltara nunca, así que asentí.

Desde entonces he vivido con él. Me adoptó y, por primera vez, pude comprender lo que podía llegar a significar el amor.

Pero ahora soy un vampiro y ya nunca podré dejar de estar sola.

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